viernes, 18 de julio de 2008

Perdonar no es condición para ser perdonado

Perdonar no es condición para ser perdonado

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan Carlos Ortega



Una de las exigencias más difíciles de la fe y de la vida cristiana es la práctica de la confesión frecuente.

Abundantes son los síntomas de la permanencia de esta crisis. ¡Cuántos padres de familia, cuando sus hijos se acercan al sacramento del Bautismo o a la Primera Comunión o al Matrimonio, sufren en su interior una división entre el deseo de acompañarles recibiendo la Eucaristía y el temor de tenerse que confesar después de muchos años! ¡Cuánto forcejeo durante la cuaresma para cumplir con la confesión anual!

Podríamos pensar que esto ocurre entre los creyentes no practicantes. Pero el fenómeno se presenta igualmente entre los que sí practican su fe. Basta mirar la desproporción entre las personas que cumplen con la misa dominical y las que se acercan a comulgar. ¡Cuántos jóvenes fervorosos y asiduos a las actividades parroquiales y apostólicas se alejan tras sus primeras experiencias de pecado grave y el temor de confesarlas!

No podemos ser ingenuos: junto a tantos buenos cristianos que practican con fe y confianza la confesión frecuente, se debe afirmar la existencia de una crisis en la práctica de la confesión.

¿Cuál es el verdadero problema de fondo que provoca la baja frecuencia en la práctica del sacramento de la Reconciliación? No pregunto a quienes no tienen fe o no practican la religión católica; dirijo mi pregunta a ti, que quieres ser, y en general eres, buen cristiano: ¿por qué no te confiesas con más frecuencia?

Seguramente son varios los motivos. Deseo hablar de uno que no se ha considerado suficientemente. En muchos casos, los buenos cristianos no se acercan a la confesión porque en su interior tienen un profundo sentido de justicia y 'prueban un sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido. Pero tienen razón en sentirse indignos'.

Para entender lo anterior, nos puede ayudar un hecho que me ocurrió cuando era niño. Con motivo de mi cumpleaños esperaba un regalo especial. Mis papás, con el deseo de darme una sorpresa, me escondieron el regalo. Yo, pensando que habían olvidado comprarlo, me enojé con ellos, pero mi buena hermana me dijo dónde estaba escondido. Cuando lo encontré, tenía vergüenza de acercarme a mis papás, pero no por haberme enojado, sino porque comprendía que no era justo ni merecido el regalo que me habían conseguido. Ellos, a la vez que me festejaron alegremente mi cumpleaños, me hicieron caer en la cuenta de mi mala acción. Fue ahí donde comprendí, que perdonar no es un acto de justicia sino de amor. Todo perdón es injusto, pues no se lo merece el perdonado. Todo perdón es amor gratuito por parte de quien perdona y don inmerecido por parte de quien lo recibe.

Es necesario, nos dice el Papa 'volver a proponer con nueva audacia el sentido y la práctica de este sacramento' . Según esto, ¿qué les propongo?

'Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores' (Mt 6,12) no significa principalmente que si yo no perdono no seré perdonado por Dios. Esto podría reducir el perdón divino a un simple acto de justicia. Por el contrario su perdón es siempre un acto gratuito e inmerecido por nuestra parte. Perdonar no es condición para ser perdonado:

Dios está siempre dispuesto a perdonar.
Perdonar, es decir, acoger al otro cuando no se lo merece, es necesario para aceptar el perdón de Dios, aunque sabemos que nosotros no lo merecemos. Pero a la vez, experimentar el perdón de Dios, no merecido por nuestras obras, es necesario para ser capaces de perdonar las injusticias que recibimos. Así lo afirma el Santo Padre: 'Sólo quien ha sentido la ternura del abrazo del Padre puede transmitir a los demás el mismo calor, cuando ofrece el perdón'.

¿Qué les propongo para que se acerquen con más frecuencia a confesarse? Les invito a descubrir la belleza del perdón; es decir, descubrir la belleza de perdonar sinceramente a quienes les han hecho mal y descubrir la belleza de ser perdonado aunque no lo merecemos.






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